Un día una pequeña y curiosa niña le preguntó a su madre porque la había llamado Bélgica, ella la miró con ternura y en susurro le contó: “te he llamado así porque Bélgica ha sido un país valiente en esta Primera Guerra Mundial y tú tendrás esa valentía”.
Bélgica Castro, fue hija de Manuel Castro y Ana María Sierra, dos anarquistas españoles que huyeron en barco hasta el fin del mundo y atravesaron la Cordillera de los Andes para comenzar una vida en la ciudad de Temuco. El resultado de esa hazaña fue la familia Castro Sierra.
En 1940 Bélgica viajó a Santiago, para comenzar la carrera de pedagogía en Castellano en la Universidad de Chile. Pasaron solo días y Bélgica ya era parte del Conjunto Artístico del Pedagógico CADIP creado y dirigido por Pedro de la Barra. El talento memorable de Bélgica la consagró rápidamente como una gran actriz.
En 1949 viajó a Inglaterra contratada por la BBC, como actriz de radioteatro y voz en off. En Londres se casó con Domingo Tessier y adoptó a su único hijo. Sin embargo, el viaje se interrumpió cuando Bélgica enfermó con el Mal de Pott. Estuvo inmovilizada por tres años, en cama, quieta, en ese tiempo leyó y memorizó para mantenerse viva. Ese tiempo de quietud, esa meditación forzosa la hizo ver la vida desde otro ángulo y vivió con más ganas los años venideros.
Su retorno a Chile, su recuperación y su separación con Domingo Tessier cambió el escenario de Bélgica. La gran actriz estaba de regreso, llegaba a Chile en los años cincuenta, cuando el teatro universitario estaba forjando su propio público, era el eje de la cultural nacional y por excelencia el espacio para las discusiones políticas e intelectuales.
Así vivía Bélgica a tablero vuelto, matiné, vermouth y noche, una mujer baja y delgada, que repartía sus tareas entre la familia, la actuación y la docencia. En las clases de historia de arte que dictaba en la Universidad de Chile, asistía un joven alto y de ascendencia alemana que la observaba con timidez, Alejandro Sieveking, un estudiante de teatro, que llegaría al teatro a dejar su huella, entre largas carcajadas, incesantes conversaciones y una admiración mutua comenzaron uno de los amores más surrealistas del mundo teatral. Dos premios nacionales que rompieron con la delgada línea entre la realidad y la ficción.
En 1961 se casaron y todos quienes los recuerdan, dicen que eran una sola persona, no como una fusión que anula identidades, sino con todo lo contrario, amor libre colaborativo que potencia.
El horror de saber que Victor Jara había sido asesinado por los militares chilenos en 1973 y que la muerte comenzaba a ser costumbre la muerte de colegas y familiares, movilizó a Bélgica a huir lo antes posible de Chile. Bélgica y Alejandro se fueron de gira por Latinoamérica, al terminar en Costa Rica fue la posibilidad más concreta para su asilo político. Bélgica nunca dejó de actuar, fue su espacio de resistencia, de convicción y de desarrollo pleno. Una actriz que le temía a la frivolidad y a la vulgaridad que pudre al mundo.
Su inteligencia y sensibilidad la convirtieron en una persona sabia y consecuente con sus sentires. El retorno a la democracia y la frivolidad de la televisión, ubicaron a Bélgica como una actriz de teatro y cine, defensora de la técnica y la elegancia de la exactitud. Una artista que seleccionó muy bien dónde actuar y que decidió dar continuidad a su prestigio y consecuencia artística.
Bélgica murió el día de su cumpleaños número 99, el 6 de marzo del 2020, un siglo de talento desbordante. Su muerte tuvo horas de diferencia con la de su compañero Alejandro Sieveking, fueron velados juntos en el Teatro Nacional y sus cenizas fueron repartidas en el puerto de Valparaíso. Un siglo que queda como testigo de una mujer memorable que urdió los comienzos del teatro en Chile.