Ilustración: Sol Díaz
Biografía: Gabriela Albornoz

Teresa Alcaíno

Bailarina
1954

En los años ochenta, durante las transmisiones de Sábado Gigante, el emblemático programa televisivo nacional, un grupo de bailarines dirigidos por Karen Connolly entregaban, semana a semana, piezas coreográficas con las canciones más populares del momento. En este cuerpo de baile, destacaba un grupo de talentosas bailarinas, que gracias a sus destrezas físicas parecían que volaban por el aire como hojas.
 
Una de estas maestras del ritmo fue Teresa Alcaíno, quien además de su participación en la televisión y el mundo del espectáculo, ha consolidado una carrera artística tanto en Chile como en el extranjero, con destacados montajes y como profesora de diferentes talleres y universidades.
 
Caracterizada por ser una bailarina explosiva e imparable, Teresa ha impregnado de su energía inagotable los múltiples escenarios en donde ha desplegado su propuesta artística, y de las coreografías que ha creado durante los años.
 
Teresa nació en Rancagua y fue la mayor de sus seis hermanos. Desde muy pequeña entró al mundo del baile, gracias a su madre, a quien siempre recuerda bailando a lo largo de toda la casa familiar. Teresa siempre estuvo arriba de los escenarios, ya sea interpretando piezas folclóricas o cantando, aprendiendo ambas expresiones de forma autónoma y autodidacta. Recién a los 19 años decide tomar clases de danza clásica en una academia, y haciéndose consciente de su talento decide postular al Teatro Municipal, donde da el examen de ingreso. Entró en estado condicional y se le tuvo a prueba, ya que tenía más edad de lo que necesitaba para postular. Al darle la oportunidad, Teresa queda en cuarto año de danza, con la profesora Eliana Azócar, quien marcó su formación por la estricta disciplina con que la formó.
 
Mientras Teresa se abría en el camino de la danza, el país atravesaba un complejo momento político y social del cual Teresa no era indiferente. En la revista Contacto, Teresa comentó que “fue todo al mismo tiempo: la danza y la conmoción político-social, quedé muerta de miedo por todo lo vivido y me refugié en la danza como un caballo con anteojeras. Me dije, o me salgo o avanzo, quiero decir cosas y creo que lo voy a hacer a través de esto”. Es en ese momento en que Teresa decide dar la Prueba de Aptitud Académica y entrar a la carrera de danza en la Universidad de Chile, sin dejar sus estudios de forma paralela en el Teatro Municipal.
 
El paso por la Universidad de Chile transformó la percepción que Teresa tenía de la danza, ya que se enfrentó a otros conceptos y a otro lenguaje, además de acercarse a la pedagogía como una nueva perspectiva desde donde abordar su pasión. Los años de universidad no fueron sencillos para ella, ya que salía de sus clases de pregrado, dormía un rato en la Plaza de Armas para recuperar energía y luego partía a clases en el Teatro Municipal: “Me estrujé al máximo, con una felicidad tremenda y un gran egoísmo también, porque estaba también la familia, el ambiente político que se vivía en Chile, los hermanos y yo seguía en lo mío”, comentó Teresa en una entrevista.
 
Otra de las maestras que marcó la vida profesional de Teresa fue la bailarina y coreógrafa australiana Karen Connolly, quien durante los años setenta trajo las comedias musicales al espectáculo nacional. Con la formación disciplinar de Karen conoció el jazz y llegó hasta la televisión siendo parte de su cuerpo de baile. En el tiempo en que integraba el grupo de Karen, Teresa y sus compañeres se escapaban a tomar talleres en el Café del Cerro, con la bailarina Vicky Larraín y con Patricio Bunster. En estas instancias, Teresa explora distintas técnicas y perspectivas para desarrollar la danza. Allí comenzó a crecer en su espíritu y en el de sus compañeras y compañeros las ganas de intervenir artísticamente en distintos espacios, la noción de performance, el deseo por la actuación y otras formas de trabajar la danza.
 
El cambio en su paradigma que sufrió se encendió como una pequeña llama, que pronto tomó fuerza hasta el momento en que, finalmente, decide emigrar del alero de Conolly y probar nuevos formatos. Teresa quería gritar, quería saltar, quería ocupar el baile como un expresión de la rebeldía juvenil y en oposición al contexto histórico en el que se encontraba junto a sus compañeras y compañeros.
 
Trabajando con el coreógrafo Luis Eduardo Araneda en la obra “Poema 15”, se da cuenta que la coreografía le permitía indagar en un aspecto más experimental de la danza y a encontrar una voz a través de la creación. Después de ser madre de dos hijes, entre 1983 y 1986, monta la obra “Vaho en los Huesos”, en el año 1993, con las bailarinas Ximena Pino y Bárbara Vásquez, y trabaja con Claude Brumachon en el montaje de “Los Ruegos”. Ya para el año 1997, integra la Compañía Movimiento, interpretando la obra de Brumachon, y otras como “Absence y “Las arenas del tiempo”.
 
En los años noventa, Teresa desarrolla su lado creativo y pedagógico. En 1999 crea “Mistral”, obra con la cual es nominada a los Premios Altazor 2001 por Mejor Coreografía, y las obras “Infrarrojo”, en 2004, y “Prisas y atajo”, en 2007, con la Compañía Danza en Cruz. Además, fue presidenta del Sindicato Nacional de Danza Independiente (SINATTAD), y con los años ha desarrollado su labor pedagógica, siendo docente en la Universidad Arcis, en UNIACC y en la Escuela Moderna de Música y Danza.
 
El patrimonio artístico de Teresa será recordado con profundidad en el desarrollo artístico local, por su multifacética y energética carrera, que le ha permitido estar en diferentes escenarios, bailando diversos estilos, con maestras y maestros únicos, pero siempre entregándonos su fuego interno que crece en cada paso, giro y pirueta que nos ha regalado.

Fuente(s): 

Cultura.gob

Sinattad

Zona de Danza

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