La fructífera escena teatral chilena de mediados del siglo XX tuvo como protagonista no solo a una generación de actrices y actores que desplegaron todo su talento, profesionalismo y pasión tanto en las tablas como en las calles, sino que también contó con la participación de un grupo de artistas plásticos y músicos, formados en diversas escuelas y universidades, quienes pusieron sus conocimientos técnicos y su amor al arte a disposición del campo teatral chileno.
Músicos, diseñadores, bailarines, arquitectos, entre otras disciplinas, hicieron un aporte fundamental al desarrollo del teatro durante las décadas cincuenta y sesenta, época que estuvo atravesada por el complejo contexto social y político, en donde el teatro y la performance adquirieron un rol protagonista en la divulgación y acercamiento de ideales y proyectos nuevos, siendo parte de una camada de disciplinas artísticas que se transformaron en la representación cultural de una época de transformaciones. Dentro de este talentoso grupo, se encontraba la diseñadora teatral Bruna Conteras, quien fue una destacada vestuarista teatral que le entregó cuerpo e imagen a destacados personajes de las obras teatrales, nacionales e internacionales, más reconocidas e importantes de la época.
Bruna ingresó en la década del cincuenta a la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile, a la carrera de Actuación, y una vez egresada de la misma realizó una especialización en Vestuario y Escenografía en Alemania. Cuando Bruna vuelve al país, en la década de los sesenta, se integra como miembro permanente del Instituto del Teatro de la Universidad de Chile (ITUCH), actual Teatro Nacional Chileno. Trabajando en el ITUCH es que se convierte en una destacadísima vestuarista y profesora de la carrera de Diseño Teatral, y trabajó codo a codo con sus amigos Víctor Jara, director de teatro y músico; Alejandro Sieveking, dramaturgo y director teatral; y Sergio Zapata, escenógrafo.
Bruna Contreras contribuyó de manera invaluable al campo del diseño de vestuario teatral, sobre todo en su labor como profesora y encargada del mismo departamento en la Universidad de Chile, transformándose en un ícono de este quehacer artístico, debido a su colaboración permanente en el progreso y la evolución del arte teatral en el país.
Dentro de sus trabajos más destacados podemos encontrar el aporte artístico que realizó para las obras “Santa Juana”, de George Bernard Shaw, en 1965, en donde se destacó su trabajo al definir el espacio escénico con una estructura que se asimilaba a una tableado medieval y que incluía formas espaciales en el fondo. En “La comedia de las equivocaciones”, de Shakespeare, estrenada en 1968, el trabajo de Bruna se destacó por integrar elementos metálicos en el vestuario de la obra.
También es recordado el trabajo realizado por Bruna en “El diálogo de las carmelitas”, de Georges Bernanos, producida en 1959 por el Teatro de la Universidad Católica; y en la producción “Marat-Sade”, de Peter Weiss, estrenada en el Teatro Antonio Varas en 1966. Ese mismo año fue invitada al Instituto Nacional de Arte Dramático de Lima, en Perú, donde se le pidió realizar el diseño de vestuario y la escenografía de “La Ópera de Tres Centavos”, de Bertold Brech, bajo la dirección del director teatral uruguayo Atahualpa del Cioppo.
Bruna fue exonerada de la Universidad de Chile, posterior al golpe de Estado de 1973 y a la instalación de la dictadura militar, y murió durante la década de los setenta de una enfermedad que la aquejaba hace un tiempo. Sin embargo, el porte de Bruna a la profesionalización del trabajo de vestuarista y escenógrafa como disciplina artística, le valió que durante el año 2011 se inaugurara el Taller de Vestuario del Departamento de Teatro de la Universidad de Chile, el cual lleva su nombre en forma de homenaje a su talentoso trabajo, materializando en este espacio el valor artístico y disciplinario que Bruna entregó a esta labor.