En la pequeña localidad costera de Isla Negra, de la Región de Valparaíso, podemos encontrar uno de los trabajos artísticos populares más reconocidos en los últimos treinta años en el país, y que posicionó llevó a que mujeres comunes y trabajadoras tuvieran el estatus de artistas.
Leonor Sobrino siempre se vinculó socialmente con su comunidad y esta constante entrega permitió que una expresión artística popular y alejada de las Bellas Artes, que estaba totalmente arraigada a una pequeña localidad, viajara por el mundo en calidad de obras de arte. Leonor logró crear una organización de mujeres artistas que, gracias a su esfuerzo, creatividad y determinación, pudieron tener una fuente de trabajo digna, trascendiendo el ámbito local. La agrupación “Bordadoras de Isla Negra” nació en el año 1969 y fue impulsada por Leonor Sobrino, quien logró ver y desarrollar el potencial artístico que cada una de sus integrantes tenía en su interior.
Leonor Sobrino Sanz nació en 1912 y fue hija de Eladio Sobrino, un marino español, y de Luz Sanz. Ambos arribaron a la localidad de Isla Negra en el año 1934 y al quedar maravillados por la amplia vista que tenían del océano, decidieron comprar una franja de tierra justo frente al mar, radicándose en esta localidad. Las hijas de don Eladio vivieron gran parte de su vida en Isla Negra, generando un cariño particular y profundo con el sector, motivo por el que siempre estuvieron organizando actividades con la comunidad, que permitieran mejorar el entorno cultural y social.
Durante la década del sesenta, Leonor, quien estaba casada y ya tenía tres hijos, comenzó a trabajar en distintas iniciativas sociales con niños de la Escuela de Isla Negra y con mujeres de los Centros de Madres. Durante el año 1966, a fin de apoyar a las familias residentes del sector, Leonor realiza los primeros talleres de bordado junto a las mujeres de la zona, para que juntas aprendieran la confección de una pieza textil llamada arpillera.
Leonor pudo observar la pulsión creativa que tenían las mujeres que comenzaron a desarrollar la técnica del bordado, quienes empezaron a crear espontáneas, cálidas, brillantes y coloridas imágenes sobre sacos de harina, representando figuras humanas, a la flora y fauna del sector, así como escenas domésticas e íntimas, además de paisajes rurales y urbanos.
Leonor, quien había vivido gran parte de su vida en Isla Negra, conocía por más de 35 años al poeta Pablo Neruda, ya que eran vecinos contiguos. Con el paso de los años, Leonor y su esposo establecieron una gran amistad con Neruda, quien se mostró muy interesado en las arpilleras, comprando tres telares realizados por una de las bordadoras, la señora Purísima Ibarra, los que aún son exhibidos en la casa-museo de aquella localidad. Cuando Neruda fue embajador en Francia, llevó estos trabajos para luego exponerlos en Europa y Estados Unidos.
En mayo de 1969, Leonor muestra el trabajo de arpillera a Nemesio Antúnez, quien en ese entonces era director del Museo Nacional de Bellas Artes. Nemesio quedó tan emocionado por las obras que las exhibieron ese mismo año en el museo.
En octubre de 1969, se inauguró la primera exposición de las Bordadoras, con 38 obras totalmente desconocidas para el medio artístico local, las que obtuvieron rápidamente una excelente crítica, abriéndose camino dentro del campo del arte. Esta exposición se tornaría fundamental para el arte popular, ya que posibilitó a que este tipo de expresiones entraran a los grandes centros de exhibición y salones artísticos.
Otro hito relevante para la organización presidida por Leonor fue la invitación a participar en la inauguración del edificio Unctad III, en 1972, en el que las Bordadoras de Isla Negra confeccionaron un telar de siete metros de largo y dos de ancho, que representaba los diversos minerales nacionales presentes desde la mina El Teniente hasta el Puerto de San Antonio. Esta obra, al igual que las más de treinta obras que se expusieron en la inauguración, desapareció una vez que la Junta Militar se estableció en aquel edificio.
Para el año 1981, Leonor y las bordadoras crearon una organización cultural sin fines de lucro, llamada Isla Negra Foundation, que se dedicó a conservar, archivar y difundir el trabajo de las artistas costeras. En 1999, Leonor invitó a todas las bordadoras a su casa, con motivo de la celebración de los treinta años de trabajo conjunto. A través de una carta que leyó, dio cuenta de la historia de las bordadoras y el legado personal, cultural y artístico del trabajo que habían realizado durante esas décadas. En esta reunión, Leonor anuncia su retiro del trabajo directo con las Bordadoras, quedando su hijo, Eduardo Vera Sobrino, a cargo de la dirección de la fundación.
Dentro de los legados que Leonor dejó fue donar el terreno de la Plaza Eladio Sobrino para que distintos artesanos locales puedan instalarse en este espacio y realizar actividades culturales. En el año 2019, se exhibió una colección de treinta arpilleras bordadas en el Museo Nacional de Bellas Artes, llamada “Bordar el Desborde: Las Bordadoras de Isla Negra. 1996-2019”, muestra que buscó volver a poner en valor el minucioso trabajo de las bordadoras. El legado de Leonor será recordado siempre en la historia del arte del país, ya que con su directriz posibilitó a que mujeres comunes pudieran entrar a un campo artístico que, hasta ese momento, estaba más bien cerrado a las expresiones populares.
Leonor Sobrino
Bordadora
1912
Fuente(s):
Isla Negra Bordadoras
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GAM
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Portal del Arte
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